Inma Lorente. Evolución hacia la felicidad

Inma Lorente. Evolución hacia la felicidad

lunes, 23 de diciembre de 2013

una epidemia TDAH

Mirar lo que me ha pasado una amiga, es una gran psicologa y me ha mandado esto ¿que os parece?

 
 
La epidemia silenciosa:

Hay epidemias que van inoculándose de una manera lenta y silenciosa pero

incesante, hasta que llegado un punto, el contagio es tal que amenaza con convertirse

en un mal endémico. Esta epidemia está tan extendida en nuestra sociedad que no hay

resquicio que haya quedado libre de su influjo. Me estoy refiriendo a una realidad cada

vez más preocupante: el creciente número de niños diagnosticados con TDAH, y su

consiguiente, tratamiento farmacológico con anfetaminas.

De siempre hemos creído que el colegio es un entorno seguro donde la infancia

se encuentra protegida, y que las instituciones siempre han velado por esa protección.

Sí, seguramente, fue así durante algún tiempo; hoy desgraciadamente, ya no podemos

afirmarlo. Y no podemos afirmarlo, porque ya hay protocolos que garantizan que si un

niño es diagnosticado con TDAH por el servicio de salud mental de su zona, y éste

determina que el tratamiento a seguir sea el farmacológico, la familia está obligada a

suministrar este tratamiento a su hijo. Desde ese momento, la familia no tiene opción:

sí o sí.

Sin ser una persona docta en leyes, bajo mi consideración, se viola un principio

básico: El derecho al consentimiento informado: es decir, una vez que el progenitor o

progenitores son informados de los efectos secundarios del tratamiento

farmacológico, tendrían derecho a negarse o a admitir el tratamiento farmacológico

sugerido. Pues bien, ni lo uno ni lo otro. Ni los padres son informados de los efectos

secundarios del tratamiento farmacológico, de hecho, en ningún momento se les

informa de que el tratamiento consiste en la administración de anfetaminas (les

llaman eufemísticamente psicoestimulantes), ni tampoco tienen derecho a negarse.

Dado que se trata de anfetaminas, y dado que su potencial adictivo y la gravedad de

los efectos secundarios es más que considerable, estamos hablando de una

vulneración de los derechos de las familias y los niños.

La epidemia comenzó en EEUU durante las décadas de los 80 y 90, y

actualmente y para nuestra desgracia, está en plena expansión en Europa. No existen

evidencias científicas que avalen la existencia de una “disfunción cerebral mínima” o

“desequilibrio bioquímico cerebral” subyacente a esta categoría diagnóstica. De hecho,

el diagnóstico es totalmente subjetivo basado en cuestionarios de observación que se

les pasa a los adultos más significativos de la vida del niño (padres y maestros). No hay

ningún indicador biológico ni ningún tipo de resonancia cerebral que avale el

diagnóstico. Los ítems recogidos en el manual de diagnóstico psiquiátrico ( DSM-IV)

engloban una gran cantidad de comportamientos observables en la infancia, tan

genéricos que podrían abarcar a gran parte de la población escolar. La decisión de la

inclusión de un niño en esta categoría, dependería de la tolerancia del maestro-tutor

ante este tipo de comportamientos, en el sentido de considerarlos más o menos

problemáticos.

En España, concretamente en la comunidad autónoma de Andalucía,

actualmente hay un protocolo de actuación coordinada entre Sanidad, educación y

servicios sociales, según el cual, si un tutor considera o sospecha que un niño presenta

un comportamiento problemático, la familia será informada de ello, dando su

consentimiento informado para la posterior evaluación psicopedagógica y posterior

derivación, en caso de considerarse necesario, a los servicios de salud mental.

Teóricamente todo bien, salvo que en la práctica, una vez que se inicia el proceso de

evaluación psicopedagógica, en la mayoría de los casos la derivación a salud mental es

inminente, y si los padres persistiesen en su negativa en dar su consentimiento

informado, el citado protocolo contempla dar comunicación de tal circunstancia a los

servicios sociales de la zona. De nuevo, los padres se debaten entre la opción: sí o sí.

¿Se trataba de un consentimiento informado o de la invitación forzosa a un

consentimiento obligado?

Los estudios pseudo-científicos, porque no hay nada de científico en esos

estudios, se basan en el efecto paradójico de las anfetaminas sobre el rendimiento y

comportamiento de esos niños: se les ve más dóciles, más concentrados en las tareas,

menos molestos en clase (algunos tutores manifiestan aliviados “que ni se les siente”).

A partir de este efecto paradójico, estos estudios hacen una atrevida y no demostrada

inferencia: si ante las anfetaminas responden con “esa mejora” es evidente que hay

algo en sus cerebros que no funciona bien, aunque por el momento sea indetectable.

De ahí los nombres de disfunción cerebral mínima o desequilibrio bioquímico cerebral,

que queriendo decir mucho, no dicen nada. Este salto nada objetivo y totalmente

acientífico, se desmorona como un castillo de naipes si tenemos en cuenta que las

anfetaminas tienen los mismos efectos en todas las personas que las toman. Por ello,

siempre ha sido la droga a la que los estudiantes de estudios superiores han acudido

para obtener mejores resultados, siendo sus efectos secundarios igualmente

perniciosos.

Siendo terapeuta y conociendo la enorme variabilidad interindividual en los

ritmos de desarrollo, no puedo quedarme impasible viendo como “se abusa” de la

infancia por el hecho de que no todos los niños responden por igual a las expectativas

de los adultos en situaciones regidas por reglas y normas. Se espera de los niños, que

desde muy pequeños, respondan como adultos: muchos se adaptan, pero otros no lo

hacen. Y los que no lo hacen, corren el grave riesgo de ser etiquetados y drogados,

creciendo y desarrollándose con el estigma de una enfermedad y bajos los efectos de

una droga que sí está alterando sus cerebros, porque desde el momento en que

empiezan a tomarla dejan de ser normales; su comportamiento y su bioquímica

cerebral quedan afectados. Pero eso sí, “ni se les oye en clase, parece que ya no
 
están”. Es triste pero cierto, dejaron de estar en el momento en que se les empezó a

drogar.

Soy consciente de que hay alumnos con comportamientos muy disruptivos en

clase. Sí, ese problema existe, pero tratar de estigmatizarlos y drogarlos equivale a

matar una mosca a cañonazos. Hay otros medios, pero no interesan, y no interesan

porque la pastillita es más rápida, el recurso fácil, y porque, ¿quién financia esos

estudios pseudocientíficos sobre los efectos tan eficaces de las anfetaminas sino las

grandes y todopoderosas compañías farmacéuticas? ¿Hay en todo esto un verdadero

interés por ayudar de verdad a esos niños? Lo dudo mucho.

Bien, y llegados aquí, ¿cuáles son esos efectos secundarios que deberían

conocer los padres y de los cuales no se les informa? efectos nocivos sobre el sistema

cardiovascular (palpitaciones, taquicardias, hipertensión, arritmia, dolor en el pecho);

sobre el sistema gastrointestinal (pérdida de apetito, nauseas, dolor abdominal,

vómitos, sequedad de boca, estreñimiento, diarrea); sobre el sistema endocrino (

disfunción de la pituitaria, de la hormona del crecimiento, retraso en el crecimiento,

pérdida de peso), sobre el sistema nervioso central (convulsiones, agitación, ansiedad,

irritabilidad, agresividad, nerviosismo, insomnio, trastornos del humor, psicosis con

alucinaciones, compulsividad, depresión psicótica y manía, gestos nerviosos, tics,

disquinesia, empeoramiento de los síntomas que dicen mejorar).

Esos los efectos secundarios, ¿cuáles son los riesgos? Adicción, muerte súbita,

embolia cerebral, ataques cardiacos, accidentes cerebro-vasculares…

Un mal menor para el “bien” que hacen, ¿verdad? Personalmente, he visto el

dolor y el daño que se les infringen a estos niños y a sus familias. Cuando ves lo que

ves, caes en la cruda realidad de que hay cárceles más allá de los barrotes. Son las

cárceles con las que la industria farmacéutica aprisiona la vida de estos niños,

cercenando sus ilusiones y su libertad a golpe de prescripción farmacológica. Vidas y

sueños rotos, en las que con grandes dosis de ignorancia colaboran psicólogos

escolares y tutores, que entusiasmados compran la mercancía porque parece mentira

“ni se les siente”. Es cierto, gracias a las anfetaminas no se les siente porque cuando

empezaron a tomarlas, dejaron de estar. ¿Pero a quién le importa?

ANA CRISTINA GONZÁLEZ ARANDA.

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